«Cuando Dédalo está sepultando a su desgraciado hijo, en una cercana y frondosa encina, una perdiz aplaude con las alas y canta alegre. Era una ave única, nunca vista antes, porque hacía poco que se había producido su metamorfosis, y era una acusación eterna para Dédalo.
Su hermana le había confiado a su hijo para que lo educara; era un muchacho de doce años muy inteligente, aprendía rápidamente. Ella no sabía el destino del joven ni, por tanto, qué es lo que estaba haciendo.
Perdiz, que así se llamaba, viendo la espina central de un pez, talló una hilera de dientes en un hierro afilado e inventó la sierra. Unió dos brazos de hierro con una junta de madera de manera que, separados por una distancia constante, uno de los brazos se mantenía vertical y el otro trazaba un círculo: creó un compás.
Dédalo, envidioso del talento de su sobrino, lo empujó al vacío desde la sagrada fortaleza de Minerva y dijo que se había caído. Pero la diosa la sostuvo – ella protege la inteligencia – y lo convirtió en ave, cubriéndole de plumas en medio del aire. Su ingenio subsistió en la habilidad de las alas y patas del animal; le quedó el mismo nombre. Esta ave no vuela muy alto ni hace sus nidos en las ramas o en las cumbres de los montes, revolotea cerca del suelo y pone sus huevos en los cercados porque tiene miedo de la altura al recordar su caída.
Cuando vio la desgracia de Dédalo, supo que los dioses se habían vengado. Por eso aplaude con las alas y canta alegre en la encina. Dédalo se refugió en Sicilia, junto al Etna, y el rey de la isla, Cócalo, lo defendió de la persecución de Minos».
«Perdiz», de Mitos del mundo clásico. Versión libre de las Metamorfosis de Ovidio a cargo de Rosa Navarro Durán. Alianza Editorial. 2020