«Al lado de cada ciudad, de cada villa, de cada aldea viva hay siempre una ciudad, una villa o una aldea muerta, como la sombra está siempre al lado del cuerpo. La geografía es doble, por consiguiente, aunque vosotros jamás habléis sino de la mitad que os parece más agradable. Con hacer un mapa de todos los cementerios que hay sobre la tierra, os bastaría para explicar la geografía política de vuestro mundo. Sin embargo, os equivocaríais en la cuantía o número de la población; las ciudades muertas están mucho más habitadas que las vivas, en éstas hay apenas tres generaciones, y en aquéllas se hallan hacinadas a veces por centenares. En cuanto a esas luces que ves brillar, son fosforescencias de los cadáveres, o, por mejor decir, son los últimos fulgores de mil existencias desvanecidas; son crepúsculos de amor, de ambición, de ira, de genio, de caridad; son, en fin, las últimas llamaradas de la luz que se extingue, de la individualidad que desaparece, del ser que devuelve sus sustancias a la madre tierra… Son, y ahora es cuando acierto con la verdadera frase, lo que la espuma que forma el río al fenecer en el océano».
Narraciones inverosímiles. Fragmento del relato «El amigo de la muerte». P. A. de Alarcón. Ediciones Insomnes. 2024.